Contaminación subrogada: buscar soluciones para no parar la industria
Todos estamos a favor de la lucha contra el cambio climático, sobre todo en el sector de la industria, y así lo demuestra la descarbonización y el avance del hidrógeno verde. Pero, a la vez, no queremos ver nuestra ciudad o país contaminado y no nos molesta que se contaminen otros lugares del mundo. Es lo conocido como “hipocresía climática”.
Tenemos que ser conscientes de que la contaminación global no entiende de países. Podemos hacer todo lo necesario para proteger Doñana e impedir, por ejemplo, que se instale una mina cerca de ella. Pero, si decidimos comprar la materia prima a otra mina en la India, al final la contaminación que allí se produce va a acabar afectando a nuestro entorno.
Hay que buscar soluciones más eficientes
Un ejemplo de esta “hipocresía climática” puede encontrarse en las minas de níquel. En 2015 se paró la producción propia de este metal en nuestro país por los problemas medioambientales que representaba. Sin embargo, se siguió importando esta materia prima, producida ahora en otros países.
En 2021, el Comisario de Mercado Interior de la Unión Europea, Thierry Breton, afirmó que Europa debía de volver a tomar las riendas en la producción de estas materias, pero la sociedad sigue viéndolo con malos ojos. Por lo tanto, hay que ser realistas: si queremos seguir viviendo, habrá que tomar medidas y ser conscientes de que la lucha climática no significa renunciar a la industria.
Debemos buscar el avance en la tecnología para que la industria no afecte tan negativamente en el medio ambiente. Y esto es algo que debemos hacer tanto en el sector público como en el privado, para que se pueda producir sin que suponga un perjuicio a nuestro entorno. Además, no hay que criminalizar a la industria, ya que esta sigue siendo necesaria para producir algunos elementos (como los componentes de nuestro teléfono móvil) que vamos a seguir necesitando.
El cerrar este tipo de industrias para subrogarlas en otros países también conlleva otro problema: la pérdida de poder. Si abrimos una mina aquí, en un país democrático, siempre podremos mantener el control de la misma, tanto en la producción como en la gestión de la actividad, protegiendo al medio ambiente y los recursos humanos. Pero si la abrimos en otro país porque no queremos su contaminación a la puerta de nuestra casa, corremos el riesgo de que una situación inestable en dicho país nos afecte y acabemos perdiendo esa materia prima.
En conclusión, la gestión de residuos y la “contaminación subrogada” deben ser tomadas más en serio si queremos tener un mundo más justo y no mirar para otro lado cuando veamos contaminación en otros países. Tarde o temprano, esto nos afectará a todos.